Mal menor
Jesús González Schmal
05 de agosto de 2006
Lo peor del engaño electoral es cuando el victimario se convierte en víctima. Con el transcurso del tiempo se encuentran más evidencias de la suciedad del proceso electoral (ya no sólo en el inocultable operativo preelectoral con la carga de todo el dinero y el poder del Ejecutivo detrás del candidato oficial), sino en la misma elección con las alteraciones de resultados atomizados en 72 mil 197 casillas. Ahora resulta que el culpable de todo ello es un pueblo lastimado y burlado que tiene que callar hasta que el último engrane de la maquinaria pueda, o no, convalidar el asalto a la voluntad popular.
En estos largos días de espera, recopilación de información, difícil preparación de las impugnaciones legales y tortura de una campaña difamatoria que hace al verdugo héroe y a la víctima villano, la doble moral del seudodemócrata que llega al poder por el voto y que le niega validez para reemplazarlo, se convierte en una dura prueba para la autoestima de una sociedad en la que todo lo invita al cansancio y al abatimiento frente a la fuerza de la manipulación; sin embargo, el espíritu libertario y de dignidad ciudadana se resiste hasta lo último.
La resistencia civil pacífica no se construye artificialmente. Deviene de una conciencia en amplios sectores mayoritarios de la población que saben y sienten que el poder político, si no es legítimo, es despótico y autoritario. Que el compromiso es consigo mismos y con la comunidad. Cuando se atenta contra los valores de la democracia no se pueden regatear esfuerzos, y aun con sufrimiento e incomprensión de los que no saben o por comodidad se repliegan, se tiene que buscar la verdad electoral como principio irrenunciable de la convivencia política en el orden.
Por eso se opta por el mal menor. Las molestias, sufrimientos y desgaste económico y aun de salud de muchos mexicanos en los actos de resistencia civil son, sin duda, costos menores que permitir el atropello de la derecha armada hasta los dientes (de dinero y conveniencias, con cruces de intereses), para demeritar y devaluar lo que es más grande y trascendente de un pueblo, que es su capacidad para no retroceder en su lucha política por la elección de un gobierno responsable, honrado y efectivo. La duda fundada de la certeza de la elección no puede tener otra satisfacción que el recuento voto por voto, casilla por casilla. Lo demás es violencia contra la inteligencia y el buen juicio.
No por otra razón, Andrés Manuel López Obrador solicitaba a Felipe Calderón hace ocho días que si políticamente (no desde luego con efectos jurisdiccionales) declaraba, sin ambigüedades, que estaba dispuesto a la revisión voto por voto en las casillas que se considerara necesario recontar, entonces se abstendría de convocar al pueblo a la movilización. Calderón tuvo esa oportunidad; era una petición elemental, y si hubiera sido congruente y estuviera seguro de su triunfo, la habría aceptado. La negativa a acceder al recuento sólo confirma que detrás del proceso está el fraude preparado por sus operadores y que en consecuencia quedaría al descubierto. Ahora es Calderón el que convoca a una campaña de desprestigio contra los patriotas mexicanos que dejan todo para representar a una nación ofendida por los "arreglos" de la ingeniería electoral que pretende imponer a quien la casa presidencial asumió como sucesor. Imaginémonos el desastre que supondría, ya con el conocimiento generalizado de la alquimia electoral desplegada, el imponer a un presidente cuestionado. Esa suerte, a un pueblo que no se resigna a perder sus derechos políticos, no generaría sino ingobernabilidad por falta de autoridad.
La toma simbólica de bancos extranjeros (saneados con dinero del IPAB) pagados a magnates que eludieron los impuestos, y de la Bolsa de Valores; plantones en Paseo de la Reforma y la comunicación al pueblo del sentido y el fondo de una presencia testimonial pacífica para exigir el respeto al voto es la vía civilizada que, incluso, contiene las posibilidades de otras respuestas violentas que pueden ser en legítima defensa pero que entrañan el desorden, el precio del dolor de víctimas inocentes y el riesgo de la capitalización del movimiento por los más audaces. México está en el centro. Su futuro no puede quedar a expensas de un gobierno espurio que provoque más atrasos a los habidos este sexenio y el peligro de irrupciones crecientes de protestas.
Diputado federal (Convergencia)
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